«LA CRUZ DE SAN ANDRÉS» Y EL CERVANTES»
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La trama de las tesis plagiadas en la Camilo José Cela se extiende a la Universidad de Málaga
Alfredo Rocafort, uno de los cabecillas, doctoró a su mujer pese a que le copió entero un libro que había escrito cuatro años antes
Por Enrique Delgado Sanz
13/01/2020
La trama de las tesis plagiadas de la Universidad Camilo José Cela (UCJC) operó también en la Universidad de Málaga. Alfredo Rocafort y Francisco Javier Maqueda, dos de los integrantes de la red encabezada por Adolfo Sánchez Burón, por entonces vicerrector de Investigación, replicaron el modelo fraudulento para fabricar doctores en la universidad pública malagueña. Allí confeccionaron un tribunal favorable que validó la tesis doctoral, repleta de plagios, de la mujer de Rocafort, Francisca Marco Villellas, en el año 2014.
Esta trama, nacida en la UCJC de la mano de Burón, permitió, como ha publicado ABC, que personalidades políticas como el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, o la exdirectora general de Educación Concertada de la Comunidad de Madrid, Concepción Canoyra, se doctoraran en 2012 pese a defender sendas investigaciones con plagios e irregularidades impropias de trabajos de este nivel. Sánchez plagió en su investigación y Canoyra, que dimitió, hizo la propio de fuentes tan peregrinas como la Wikipedia o la web El Rincón del Vago.
Precisamente Rocafort y Maqueda, los artífices del fraude en la Universidad de Málaga, son dos de esos doctores que validaron la tesis plagiada de Canoyra. Coincidieron en aquel tribunal de la Camilo José Cela y también se vieron involucrados en otros escándalos de tesis copiadas y aprobadas en la UCJC. Es el caso de las tesis de los hijos de Maqueda, Aitor y Maider. Ambos se doctoraron pese a sus flagrantes irregularidades y en ambas Rocafort fue el presidente de los tribunales evaluadores. En ellos, como vocal, estaba Francisca Parra, catedrática en la Universidad de Málaga y nexo entre los fraudes académicos de la UCJC y el de la UMA, donde los mismos actores doctoraron a Francisca Marco Villlellas, la mujer de Rocafort.
En familia
La doctoranda Marco Villellas presentó el 31 de enero de 2014 su tesis, titulada «La integración europea en un mundo globalizado», en la UMA. El trabajo, de acceso abierto y consultado por este diario, apenas cuenta con 236 páginas. Marco contó con tres directores de investigación: su marido, el propio Maqueda y Vanesa Francisca Guzmán Parra, una profesora del centro malagueño que también juega un papel decisivo en este fraude, puesto que es la hija de Francisca Parra, el nexo entre la UCJC y la UMA.
Pese a ser su mujer, no hay ningún problema legal en que Rocafort dirigiera la tesis Francisca Marco. Más extraño resulta que, en 2014, Marco plagiara en su tesis el libro «Europa y la globalización» (McGrawHill), escrito por su marido en el año 2010 en calidad de doctor honoris causa de la universidad británica de Staffordshire. Como ha podido comprobar ABC, la doctora Marco incluyó, sin citar, todo el libro que escribió su marido y que tiene 95 páginas de contenido. Casi la mitad de su tesis -236 páginas- está copiada de un libro de su marido y tutor.
Rocafort, pese a ser uno de los directores de la tesis, y por ende el encargado de verificar que ésta cumplía con todas las normas académicas que se le exigen a estos trabajos -que sea un original, que las citas sean correctas, que aporte algo relevante, que reúna los aspectos formales, que no haya plagios…-, no se percató de que su mujer le había calcado sin citar un libro entero que él había escrito anteriormente.
Lo grosero del plagio da al traste con la hipótesis de que el fraude se pudiera explicar con un despiste de Rocafort. Además, en el año 2014, cuando se aprobó el trabajo, ya estaban extendidos en el ámbito universitario programas informáticos de detección de plagio, por lo que hubiera sido muy fácil que cualquiera de los tutores o los miembros del tribunal, al recibir la tesis y estudiarla, hubieran desmontado el trabajo de Marco.
Este diario ha intentado recabar, sin éxito, las explicaciones de Rocafort, actual presidente de la Real Academia Europea de Doctores y vocal de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras. También de Maqueda, exsenador del PNV. ABC tampoco ha obtenido la versión de la catedrática de la UMA Francisca Parra ni de su hija, también involucrada, Vanesa Francisca Guzmán.
Irregularidades
El nexo que permitió a Rocafort y Maqueda replicar el fraude de la UCJC en la UMA fue Francisca Parra, catedrática de esa universidad y que en las últimas décadas ha coincidido en numerosas ocasiones en tribunales evaluadores con el segundo. De hecho, Parra incluso formó parte de los tribunales de la UCJC que aprobaron a los hijos de Maqueda pese a las irregularidades de ambos trabajos. Allí coincidió también con Rocafort.
La presencia de Parra como vocal debería haber invalidado, además, el tribunal que doctoró a Villellas. Esto se debe a la relación de primer grado de parentesco entre Francisca Parra y su hija Vanesa Francisca Guzmán Parra, la tercera directora de la tesis junto a Rocafort y Maqueda. Para evitar la endogamia académica, las universidades impiden que haya familiares -en este caso Francisca Parra- de partes interesadas -como es Vanesa Francisca Guzmán en su papel de directora de tesis- en los tribunales de doctorado.
CAPÍTULO X
“La Cruz de San Andrés” y el Cervantes *
Por Ian Gibson
*Capitulo del libro de Ian Gibson «Cela, el hombre que quiso ganar» (2003)
Han pasado tres años. Cela ha recogido en varios tomos sus artículos periodísticos –Desde el palomar de hita (1991), El camaleón solitario (1992), El huevo del juicio (1993), Memorias, entendimientos y voluntades (1993)-. Además de dos recopilaciones de cuentos y fabulas asimismo dados a conocer primero en la presa: Cachondeos, escarceos y otros meneos (1991) y La Sima de las penúltimas inocencias (1993). El matrimonio sigue viviendo por tierras de Guadalajara en el chalet de El Espinar. En marzo de 1994, durante la presentación de un libro de su amigo Raúl del Pozo, Cela vuelve a arremeter contra la nueva generación de novelistas españoles, personificándola en Antonio Muñoz Molina, que contesta con un sobrio articulo con El País titulado «Teoría del elogio insultante»1. Este suscita por su parte una sarcástica respuesta de Cela en Abc, «Pavana para un doncel tontuelo». Dedicado «a Paco [Umbral], veterano, y a Raúl [del Pozo], misacantano», muestra, otra vez, al peor Cela resentido, «antifelipista» y escatológico. Parece mentira que estemos ante un premio Nobel de Literatura:
Al garzón M2, mozo lirico o, mejor dicho, lirico-cómico-bailable sentimental, aprovechadillo y sagaz, le dio semejante ataque de cuernos con motivo de la publicación de una novela por un no censado, que tuvo adobárselos con vaselina por ver rebajarles la calentura; algunos tratadistas suponen que en estos casos están muy indicados los enemas con una infusión templada de yerbas medicinales que, para los esfínteres contrariados, debe ser salvia y matalahúga, a partes iguales. El doncel tontuelo que se proclama caudillo de los famosos ciento cincuenta, no debe cejar en sus actitud mientras siga manando leche y miel y otras espórtulas de la próvida y caritativa ubre del presupuesto. 2
Antonio Muñoz Molina jamás se había proclamado caudillo de nada, y menos de los inexistentes ciento cincuenta novelistas inventados por la Prensa de derechas y supuestamente alimentados con dinero público suministrado por el PSOE. El desprecio del Nobel hacia el brillante autor de Beatus ille (1986), El invierno en Lisboa (premio de la Critica y Premio Nacional de Literatura 1987), Beltenebros (1989), El jinete polaco (Premio Planeta 1991) y otras obras singulares era altamente suspicaz. Cabe sospechar, de hecho, que detrás del desprecio se ocultaba una profunda envidia ante el fenómeno del joven ubetense, cuyo talento novelístico ya se reconocía en el extranjero y que, además, superaba con creces al Nobel como columnista.
En abril de 1994 sale El asesinato del perdedor, novela muy desigual, terminada el año anterior, donde el padronés, con una clara alusión a La familia de Pascual Duarte, regresa, como vimos, al tema de la derrota personal que tanto le obsesiona. ¿En que está trabajando actualmente Cela? El 26 de julio, Francisco Umbral, admirador y amigo suyo desde hace tantos años, da cuenta, en su columna de El mundo, de una reciente visita al escritor. Motivo: saludarle en «los alrededores de su santo, más o menos» (en 1994 la festividad de San Camilo de Leilis se celebró el 12 de julio). Cela le confía que prepara una novela llamada La cruz de san Andrés. El Nobel, subraya Umbral, «sigue siendo, ante todo, un profesor de energía, una obra en marcha».
Si Cela proporcionó a Umbral mas información a cerca de La Cruz de San Andrés -y parece lógico que así fuera-, la columna no la recoge. Lo que si registra es el continuado mosqueo de Cela con respecto al Premio Cervantes. En ocasiones anteriores la Academia había presentado automáticamente su candidatura, pero este año, un lustro después de recibir el Nobel, ¡ni eso! Umbral está indignado con los conspiradores «hepáticos» que, allá en los madriles, se imagina conspirando contra el escritor «que más ha ensanchado el castellano en medio siglo», el hombre que tiene «la clave sencilla e imposible de la palabra». Cela ha logrado la gloria real, popular, pero en su propio país sus adversarios le niegan la oficial. ¡Qué gente más ruin! «Extinguidas las coartadas, las razones, las miserias, las confusiones de los primero tiempos –va concluyendo Umbral-, hoy es claro que si no tiene el Cervantes nuestro premio Nobel (exhaustivizadas todas las Loynaz 3 disponibles) , aquí lo que brilla desnudo y ominoso, metalizo y atroz, es el huso frio de la envidia patriótica y el jodedor resentimiento»4..
Es posible que Cela se molestara al descubrir que Umbral había revelado que tenían entre manos una nueva novela titulada La cruz de San Andrés. Porque aunque el columnista no lo supiera, la obra se iba a entregar a la editorial Planeta para que aquel octubre, si lograba terminarla satisfactoriamente, Cela se alzara como ganador del premio literario más codiciado de España. Más codiciado, a saber, por la compensación económica: en 1994, cincuenta millones de pesetas. Anticipo contra ventas, por supuesto, pero no por ello menos apetecible. El año anterior se había llevado el galardón Mario Vargas Llosa, Con Lituma en los Andes, lo cual había despertado el correspondiente escándalo al rumorearse que se trataba de un libro de encargo.
Resultó luego que Cela no era el único escritor famoso con quien hablaron los de Planeta con vistas al premio de 1994. Aquel otoño el novelista Ernesto Sabato declaró que antes se lo habían ofrecido a él. «Yo me reí– manifestó el argentino-, y dije que no podía aceptar un premio por un libro que todavía no había escrito»5. ¿y Miguel Delibes ¿el autor de Los santos inocentes manifestó que le habían propuesto el Planeta con «periódica reiteración». La última vez, «Lara vino a Valladolid a ofrecerme el premio tratando de convencerme con el argumento de que todos saldríamos beneficiados: el, yo, el premio y la literatura»6. ¿Cuando tuvo lugar aquella vivista del presidente de la editorial? No se ha podido preciosa, se dijo en su momento- y se ha venido repitiendo desde entonces- que se produjera en 1994, pero Delibes me comunica que el nunca había precisado la fecha. Pero puede que la memoria le falle 7.
La editorial alegó después, sin aducir justificante documental, que Cela había entregado La Cruz de San Andrés el ultimo día del plazo estipulado en las bases del certamen, es decir el 30 de junio de 1994. Lo cual, a la luz del artículo de Umbral, es ya de entrada inverosímil 8.
Pero hay mas, bastante más.
El 25 de junio de 1994 Cela viajo a Formosa, invitado por una universidad católica Fu-Jen, para recibir un homenaje y pronunciar una conferencia. El 30 de junio se despidió de su columna de Abc, «El color de la mañana». El articulo –redactado, naturalmente, antes de salir para Taiwan- se titulaba «Hasta la vista». El escritor explicó a sus lectores que reanudaría su colaboración el 1 de septiembre. Luego añadió que, tras su regreso de Formosa, tendría que resolver numerosas cuestiones, en primer lugar «poner titulo y punto y final a una novela que traigo entre manos y que tampoco es Madera de boj». De modo que el mismo Cela, con un guiño que –creo- ha pasado inadvertido hasta ahora, dejaba constancia en Abc, el 30 de junio de 1994 -día en que acababa el plazo del Planeta-, de que todavía no había rematado la novela en que entonces trabajaba. Y esa novela difícilmente podía ser otra que La Cruz de San Andrés 9.
Como veremos mas adelanta, los borradores de la novela también dan testimonio de que Cela todavía le daba vueltas a la misma durante el verano.
En la última página de La cruz de san Andrés, que se publicó aquel noviembre, figura la siguiente indicación:
Finca el Espinar
Guadalajara
Primavera de 1994
Si se quería indicar con ello la fecha en que se dio por finalizada la redacción de La Cruz de San Andrés -lo habitual en estos casos, incluidos los otros libros de Cela- no era cierto, ya que durante el verano el escritor seguía trabajando en ella. Pero seamos discretos, también podía significar la fecha, bastante imprecisa, en que se inició su redacción. De todas maneras, la ambigüedad es manifiesta. Y no poco suspicaz.
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Unos días antes de la cena multitudinario en el Hotel princesa Sofía de Barcelona, donde se iba a anunciar el nombre del ganador del premio planeta 1994, ya se sabía con casi toda seguridad que era para Cela, y que la periodista Ángeles Caso quedaría finalista. <De confirmarse estas expectativas -escribió Alex Salmon en el mundo el 12 de octubre- la editorial de José Manuel Lara abandonaría decididamente la línea que se había trazado hace unos años cuando cambio el estilo de los ganadores de su popular premio por la [sic] de nuevos narradores. Fueron los casos de Antonio muñoz molina y Soledad Puértolas>. <Todo parece indicar –continuaba el periodista- que el nuevo equipo de la editorial barcelonesa, dirigido por Imelda navajo, apuesta por la comercialidad más que por los valores nuevos>. Salmon no hacía más que recoger lo que todos los relacionados con el mundo editorial y literario español ya sabían de sobra: Planeta volvía a premiar a autores ya consagrados10.
De modo que, cuando aquel sábado 15 de octubre anunciaron que, en efecto, Camilo José Cela se había alzado con el Planeta 1994, nadie se sorprendió. Tampoco de que Ángeles Caso resultara finalista.
Para que quede constancia, consignemos que La cruz de san Andrés, publicada unas semanas más tarde, llevaba al principio la indicación: «esta novela obtuvo el premio planeta 1994, concedido por el siguiente jurado: Alberto Blecua, Ricardo Fernández de la reguera, José Manuel Lara, Antonio prieto, Carlos Pujol, Martín de Riquer y José María Valverde».
Después de la cena Cela se mostró esquivo a la hora de hablar del tema de su novela. Pero ante la insistencia de uno de los presentes manifestó: «hablo en ella de la derrota de una mujer, de una derrota que es más adelante la de un grupo de personas y que, tras meterse por medio una secta, acaba en suicidio colectivo, como ha sucedido recientemente en suiza»11. cuando una periodista le pregunto por el premio Cervantes, Cela, tras repetir que no le gustaban los premios en general, y con cara de chico díscolo que va a soltar una barbaridad ante sus mayores añadió : «como usted comprenderá, está lo suficientemente desprestigiado y cubierto de mierda para que a mí me preocupe »12.
Hubo estupor y desconcierto en la sala, y alguna risilla nerviosa.
En otro omento de la velada le volvieron a interrogar sobre lo mismo, ¿había cambiado el Nobel su opinión sobre los premios literarios? «¿qué tiene que ver el culo con las témporas?- contestó Cela, recurriendo a una de sus expresiones favoritas-. Yo estoy en contra de los premios literarios y de repente, pues, me presento a este y me lo llevo »13. Estaba muy tenso, muy a la defensiva. Al creer que alguien le interrumpía, amenazó con irse. «Siga, hombre, siga», le susurro a José Manuel Lara 14.
El editor andaluz, como siempre, estuvo afable y distendido. «este año tenemos un ganador que le da categoría al premio- dijo, añadiendo socarrón-: que un Nobel se presente al Planeta es todo un honor»15.
Al día siguiente se celebró una conferencia de presa. Cela negó que hubieran pactado con Lara ganar el premio y, en cuanto al Cervantes, se mostró un poco mas diplomático. «el Cervantes empezó bien –declaró-, pero luego se politizó. Es una pena. Lo aceptaría si me lo dieran, pero es probable que no acaparara el dinero, aunque quizás lo aceptara y lo diera a mi Fundación y al Hospital general de Galicia»16.
El 22 de octubre, en un programa de Onda Cero Baleares, el hijo de Cela manifestó que «el premio fue negociado entre mi padre y el editor catalán, como el resto de premios anteriores», tachó de «indigno» a su progenitor por haberlo hecho, y agregó : «Si bien mi padre debe alimentar y alimentarse, para lo cual hace falta dinero, creo que siempre hay otras formas de obtener ingresos»17.
Carmen Balcells, la agente literarios de cela (y del ganador del año anterior, Mario Vargas Llosa), conocía a la perfección como se organizaba el Planeta. Y no parecía estar ya conforme. En una carta dirigida a Lara abogó ahorra por una mayor transparencia, y por que no se siguiera, durante la cena anual, con el sistema de votaciones trucadas en el que no creía nadie 18.
El 23 de octubre Cela se permitió un pequeño desahogo en su columna habitual de Abc, <El color de la mañana>. Allí explicaba que, cuando le dieron el Nobel cinco años atrás, había pensado en retirarse, porque, ante las insinuaciones de ciertas personas, había decidido seguir escribiendo y lanzar su <por ahora, aguanto>. Por lo que tocaba al Planeta, se congratulaba de haberlo ganado, pero evitó decir si se trataba o no de un encargo. En cuanto al Cervantes, estaba convencido de que llegaría en su momento, «ya que es evidente que a ciertas actitudes políticas y mermadoras les queda ya poco aliento». De nuevo, es decir, una clara alusión al PSOE. Y también a una probable victoria de la derecha en las próximas elecciones 19.
La cruz de San Andrés y la novela finalista de Ángeles Caso, El peso de las sombras, se presentaron en Madrid el 10 de noviembre de 1994. José Manuel Lara Bosch, hijo del presidente de la editorial planeta, desmintió que hubiese prometido el premio a Cela. « ¿Cómo se puede garantizar lo que lo que los miembros del jurado van a votar?», dijo con aparente inocencia, según El Mundo20. El País recogió la declaración con algún matiz diferente. Lara, de acuerdo con el diario de Prisa, negó, «por la dignidad de los miembros del jurado», que «EL Planeta este previamente concedido» , y preguntó, refiriéndose a los mismos: «¿es que son títeres y mi padre es Dios y hace con ellos lo que quiere?»21.
Que el lector decida por sí mismo.
En cuanto a las sendas declaraciones de Miguel Delibes y Ernesto Sabato, en relación con lo ofrecimiento de Planeta, Lara Bosch comentó sin inmutarse : «seguramente el ímpetu con que mi padre llega a exponer las cosas, hizo pensar a estos autores, por los que siento un gran respeto, que se les estaba asegurando el premio, cuando lo que se les garantizaba era el anonimato si no ganaban»22.
El académico Francisco Rico fue el encargado de comentar el libro de Cela. Afirmó, con el respaldo de su prestigio de erudito y crítico literario, que La Cruz de San Andrés era <una de las mejores novelas del escritor>. Elogió la <forma singular> en que estaba narrada la historia y la <precisión técnica> de la misma, <que la convierte en un perfecto mecanismo de relojería>. La novela, puntualizó, ofrecía una <pesimista visión del mundo>23.
Cela inauguró su intervención, para la que llevaba un texto preparado, con las siguientes palabras : «a unos extraños y aburridos juegos florares en los que se trata hasta de justificar lo injustificable…». Sin acabar la frase prosiguió: «pero naturalmente, no es por este derrotero donde yo voy a ir, aunque sea citado al natural». Nadie entendió nada. «Me congratula -continuó el ganador- el compartir este éxito con mi compañera la joven escritora Ángela [sic] Caso, cuya novela, según todos los informes que he recibido, es magnífica. Para mi es rejuvenecedor y vitalizador el poder compartir con ella, repito, este momento».
A continuación el Nobel agradeció las palabras de Rico. Dijo no saber si compartía o no la teoría del catedrático acerca de la finalidad del libro. Tampoco si había logrado su objetivo : «no sé hasta qué punto lo habré conseguido o no, aunque si es probable que mi intención haya sigo magnifica y no sé si correspondida por la suerte». Vino luego una combativa profesión de fe y un ataque en toda regla:
En todo caso si tengo el orgullo de convocar aquí al ilustre senador que hoy nos honra con su presencia para festejar que, a mis ya algunos años, este 1994 en curso publico dos novelas, un libro de cuentos y un libro de artículos. Creo que este es un oficio donde no cabe en ningún momento ni la abdicación ni el pacto. Hay que luchará denodadamente como gato panza arriba contra la propia literatura. Y hay que dejar a un lado, naturalmente, a ciertos modestos, eh….aficionados…, a los modestos jovencitos, que pueden tener ideas más o menos propias y en ningún caso originales, sobre lo que es la literatura, sobre que es la escritura, y sobre lo que es escribir bien o escribir mal. El caso de Ángela [sic] Caso es un manifiesto ejemplo de una novela magníficamente bien escrita. Supongo que la acompañará el éxito, y eso sería compartir con ella muchos años más de gloria -la gloria de ella, naturalmente- que es la que quiero festejar aquí, mi mejor propósito ante todos ustedes. Muchas gracias24.
Palabras, palabras, palabras. Y el encono de siempre contra los quiméricos novelistas protegidos por el PSOE.
Y por último, el turno de Luis Landero, encargado de la presentación de la novela finalista, cuya autora había mantenido a largo del acto un ademan entre incrédulo e incomodo. No era para menos: Cela se había encargado de llenarlo de tensión inusitada.
En contra de la opinión de Francisco Rico, tal vez no del todo sincera, La Cruz de San Andrés es la novela mas caótica, repetitiva y enrevesada de cuantas firmara jamás Camilo José Cela, pese a su extremada brevedad. Tanto es así que en una primera lectura es imposible desenmarañar su trama, o retener quién es quien entre una plétora de personajes que, en su gran mayoría, solo se perfilan mínimamente.
La narradora principal de La Cruz de San Andrés –porque hay varias- se llama Matilde Verdú. Es oriunda de una aldea gallega, lleva viviendo en A Coruña desde finales de la Guerra Civil y nos dice repetidas veces que no es mas que una mujer vulgar, corriente y amargada, sin historia propia. Está obsesionada con su vejez, que ve cada día más cerca. Ha sido lesbiana, pero dice <ya no lo soy>. Fuma demasiado, tose mucho y tiene <muy mala salud>. Hija de soltera y nieta de un militar que falleciera en la contienda, fue autora de sendas biografías de santa teresa y San Juan de la Cruz (como señalamos antes, Matilde Verdú fue seudónimo utilizado por Cela en 1948 en su biografía de San Juan para jóvenes). Matilde es la tercera esposa de Rafa, republicano de Martínez Barrio herido en la Guerra Civil y hasta hace poco accionista de una fábrica de condones en A Coruña. Entre las hazañas de Rafa figura la de haber degollado ritualmente a su primera mujer sobre una mesa comedor.
Matilde está redactando con bolígrafo y letra grande, sobre el poco habitual soporte de rollos de papel higiénico, <la crónica de un derrumbamiento>. Y ello en lugar del libro sobre <los siete sucesos que señalaron la vida de su marido> -entre ellos, el asesinato ritual- encargado por una agente literaria llamada Paula Fields, por lo visto de tendencias lesbianas y con quien Matilde dice no haberse acostado porque <hace ya muchos años que no me hacen gozar las mujere25. El libro será publicado por una editorial que ostenta el improbable nombre de Gardner Publisher Co., a todas luces multinacional, no se entiende por qué, si Matilde es solo una mujer vulgar sin historia, la tengan en tal alta estima su editor y a su agente literaria, o por qué ha recibido un adelanto tan desproporcionado por la obra:
A mi me anticiparon mucho dinero, bueno, mucho dinero para mi exhausta bolsa, la verdad es que no llegó a los seiscientos mil dólares, y aunque al principio lo dudé, ahora que ya no me queda más que un año escaso de vida, eso es lo que dicen los médicos a mi marido y a nuestros hijos y nueras, todos crueles y avergonzados, todos ávidos y parásitos, acepto la propuesta y empiezo esta crónica desorientada y levemente ortodoxa: todos debemos someternos a las sabias normas dictadas por los comerciantes y los síndicos26.
La razón por la cual Matilde se niega, veladamente, a escribir el libro encargado sobre su marido es que considera que la vida de este no ha sido tan interesante como para novelarla. «mi marido no estivo en el exilio ni un solo día-dice-, lo dejé entrever no mas para que se callase Paula Fields y me dejaran de marear los asesores de Gardner Publisher Co.» .y en otro momento, «no tengo más remedio que mentir para que se callen Paula Fields y los ejecutivos de Gardner Publisher Co.».
Esta claro, pues, que el libro que va a escribir Matilde no es el que recibir el editor, y que su propósito, en parte, es engañar a quien le está pagando. Tengámoslo en cuenta.
Matilde necesita trabajar <con cierta prisa> para cumplir con el encargo editorial. Cuando empieza a escribir su relato es <el sexagésimo tercero aniversario de la segunda república>, es decir, el 21 de abril de 1994 (Rafa, su marido, se ha ido a Madrid para asistir, en fecha tan señalada, a una comida de republicanos). Matilde nos informa de que tiene que entregar el manuscrito el 1 de septiembre siguiente. O sea, que el tiempo del que dispone para su redacción corresponde casi exactamente al que tiene Cele para entregar a Planeta, fuera de plazo, La Cruz de San Andrés. La coincidencia no parece casual.
Crece la sospecha, mientras avanza la lectura, de que estamos ante un texto con clave oculta (o claves ocultas) y que Matilde es en parte trasunto del propio Cela. También empezamos a intuir que las constantes referencias de Matilde a sus problemas familiares pueden ser reflejo de las de Cela (reclamaciones de su primera mujer, hostilidad de su hijo…).
Constatada tal identificación entre autor y narradora, ¿Cómo no ver una alusión, además, en la persona de la agente Paula Fields, a la que realmente se ocupaba de la vida profesional de Cela, la famosa Carmen Balcells, y en Gardner Publisher Co. a Editorial Planeta?
Una mujer llamada Pilar Seixón especialista en acostarse con curas y conocida como la santa de Donalbai (pequeña localidad de la provincia de Lugo), actúa como una especie de asesora literaria de Matilde, y le recomienda que introduzca ciertos cambios en la disposición de algunos episodios del libro en curso, Matilde se resiste a aceptar tales recomendación o mandatos, de la misma manera que se rebela contra la exigencias de Paula Fields y el editor.
La <historia de un derrumbamiento> se narra casi enteramente en primera persona a modo de monologo interior, a menudo nos encontramos con que Matilde, en lugar de seguir escribiendo en papel higiénico, declara ante una especie de tribunal. Tribunal con público en la sala y –según que página del libro- presidente, presidente en funciones, vicepresidente adjunto, árbitro, subsecretario o <presidente nato de la comisión redactora>. Hay ocasiones en que Matilde alega que todo lo que está escribiendo o contando es puro invento, una fabula. Incluso las hay en que declara que si escribe en primera persona, es a instancias de su editor y agente: «tanto Paula Fields como Gardner Publisher Co. tiene sus prejuicios y sus manías (y motivaciones maniáticas), lo verdaderamente ejemplar es que todo lo convierten en dinero, todo lo que tocan se vuelve dinero y son capaces de vender los mas raros productos de la subinteligencia». En otro momento, Matilde invita a Obdulita Cornide a tomarle el relevo con la narración de la crónica. Y hacia el final del libro llega a decirnos que su nombre verdadero no es Matilde Verdú y que, si se llama así, es <para confundir a los huérfanos, a las tórtolas y a las viudas menores de treinta años, que suelen ser bestezuelas asustadizas>.
Para complicar aun mas las cosas, a veces aparece una narradora omnisciente que también utiliza la primera persona y comenta lo que está pasando:
Entonces Matilde Verdú recibió la orden de continuar con el hilo del cuento, las ordenes las da quien puede y debe hacerlo y nadie más.
La relatora adopto un aire casi tribunicio y carraspeo un poco para aclarar la voz; después siguió escribiendo, esto que se dice del ademan y la voz no es más que un subterfugio.
Hablo ahora de Jesusa Cascudo, la amiga de Matilde Verdú.
Matilde Verdú no me comento para que quería ver al padre Castrillón.
¿A quien pertenece esta voz no identificada? No lo sabemos, en la página 69 Matilde nos informa de que <estos papeles están siendo escritos por varias personas y son tres, al menos, tres mujeres quienes hablan en primera persona>. En la página 125 la narradora declara: <Me llamo Matilde Lens, Matilde Meizoso, Matilde Verdú>. En la pagina 129 leemos, para mayor desconcierto :<en medio de una gran tormenta de rayos y truenos y apagones de luz la narradora encendió una vela, se sentó ante el espejo, se sacó las tetas por el escote y dijo…> (en la obra de Cela se sacan muchas tetas por el escote). Lo que sigue demuestra que aquí la narradora es Matilde Verdú.
A veces el cambio de relatora se produce en el transcurso de un mismo párrafo. El lector se pierde. No sabe quién está hablando, quien está preguntando o contando. La maceración da la impresión de ser un collage de frases o párrafos depositados en cualquier sitio, al azar, técnica que recuerda la de numerosos textos anteriores del padrones, Matilde se atreve incluso a insultar al lector por no comprender lo que sucede: <insisto en decirle a usted, lector estúpido, que las mujeres vulgares tenemos historia natural como las algas y los líquenes>. Más adelante espeta: < si la gente leyera con más atención no harían falta estas enojosas repeticiones>.
En cuanto al tema del libro, gira en torno a la soledad, la angustia el temor a la muerte de Matilde Verdú, quien, <crucificada> por su familia (hijos, nueras) -de ahí La Cruz de San Andrés-, solo puede soportar lo que le pasa y aceptar con resignación lo que le espere. Matilde insiste mucho, desde la primera pagina de su reato, sobre su capacidad de aguante (como tantos personajes celianos). Y aunque dice que los médicos le dan un año de vida varias veces nos confía que ella y su marido ya han sido crucificados desnudos, sus partes intimas expuestas a los ataques de bandadas de <moscas cojoneras>.
Matilde Verdú vive en función del chismorreo de A Coruña, sobre todo del chismorreo sexual, es como una Molly Bloom coruñesa, siempre rumiando sobre su propia experiencia sexual y la de los demás. Como suele ser habitual, el Nobel se entretiene sirviéndonos el dato crudo, procaz, especialmente el dato escatológico. Matilde, a quien le <le gustan los machos, todos los machos>, no nos ahorra los pormenores de los comportamientos sexuales de sus personajes:
Loliña Faneca es gozosa y amorosa siempre se sintió cómoda y reconfortada con un hombre al lado, con un hombre encima, ahora ya no los encuentra con tanta facilidad como antes, eso nos pasa a todas.
Betty Boop había gozado mucho, ¿Cuántas veces?,! vete tú a saber, llevar esa cuenta es una vulgaridad!.
Adelita la poetisa es tímida y modosa, es muy circunspecta y propende a mirar siempre para el suelo con recato, parece una mosca muerta, pero se la menea al profesor de violín con verdadera aplicación, sin darle importancia pero con mucho énfasis, escrúpulo y meticulosidad.
Hay constantes alusiones a prostitutas; la detallada evocación de un cura onanista que se masturba en el confesionario (<me daba mucho ánimo verlo, zas, zas>, confiesa Matilde) , la anécdota del funcionario que hace un agujero en el cuarto de baño de señoras para ver a las empleadas orinando, entre ellas una que no lleva bragas; la obsesión con los pedos, personalizada en el comandante Alfonso (<más bien zullenco que pedorro>). Se nos informa de que, durante <un breve descanso> del tribunal, <Matilde Verdú hizo aguas en el tiesto de geranios del zaguán y continuó>.
Cela manifestó en una entrevista con Abc que La Cruz de san Andrés era un homenaje A Coruña, ciudad que conocía bien tanto a través de Marina Castaño , natural de la misma, como por episodios de su propio pasado (<fue mi refugio en los permisos durante la guerra>). No sorprende encontrar una reminiscencia de tales permisos en la novela. Se trata de la calle del Papagayo -evocada anteriormente en Mazurca para dos muertos y Memorias, entendimientos y voluntades, como vimos-, calle de burdeles desde la ventana de uno de los cuales el Cela soldado tirara un piano, lance también recordado por el Nobel en la misma entrevista con Abc27.
La Cruz de San Andrés se divide en cinco partes: <Dramatis personae>, <Argumento>, <Planteamiento>, <Nudo> y <Desenlace, coda final y sepelio de los últimos títeres>. El elemento teatral sugerido por estas rubricas se ve reforzado con el epígrafe de Shakespeare antepuesto a la tercera parte, <Planteamiento>: <Todo el mundo es un escenario, y todos los hombres y mujeres meramente actores>. Da la impresión de que estamos ante una especie de retablo de marionetas. Y, en efecto, mucho de marionetas tienen estos personajes.
Poco a poco nos vamos percatando de que el «derrumbamiento » cuya historia cuenta Matilde Verdú está relacionado con la existencia en A Coruña en los años sesenta, de una secta de fanáticos religiosos relacionada con la Iglesia de Cienciología de Ronald Hubbard. Se llama escuela de albores Gamma-Delta-Pi, o Comunidad del Amanecer de Jesucristo. Su líder es el libidinoso Julio Santiso, que capta para la hermandad a varios de los infortunados que figuran en el relato, personajes ya predispuestos a que les <laven el cerebro>, bien por el hecho de haber heredado taras psicológicas, bien por ser como hijos e hijas de Galicia , muy supersticiosos (abundan las referencias a La Santa Compaña, a las animas y la magia, a demonios como Licorín -capaz de impregnar a las mujeres con solo mirarlas-, a aquelarres o misas negras, a brujas, santiñas y echadoras de cartas). El texto demuestra cierto conocimiento de los procedimientos de Hubbard y sus congéneres. Santiso, <maestro ínfimo> que representa al líder, el <Apóstol de Oregón> -un tal O´Hara que tiene distintas advocaciones-, enseña ejercicios de meditación (adaptados del hatha yoga) para controlar la mente y la respiración, cantos y mantras para alcanzar la paz interior, y la práctica de la humildad. Predica la necesidad de cambiar el nombre (con rechazo absoluto de toda la vida anterior), y exige que se le entreguen sexualmente sus fieles, para poseerles en nombre y representación del Sumo Hacedor (<es una ofensa considerar como propiedad privada los órganos sexuales>).
Matilde Verdú traba amistad con cuatro víctimas de Santiso: las hermanas López Santana –Marta (Matty) y Claudia (Betty Bop)-, compañeras suyas de colegio; con uno de los hermanos de estas Fran; y con la desquiciada ninfómana Mary Carmen, tía de los tres, Matilde participa en dos sesiones de Santiso, cuyas técnicas, al principio parecen ofrecerle la posibilidad de alivio para su desasosiego. Pero, al advertir el peligro, logra evadirse de sus garras, aunque no de las doctrinas de Hubbard, que la siguen dominando.
La <historia de un derrumbamiento> termina con el suicidio colectivo de seis personas cuyas peripecias hemos seguido en el libro: Julián Santiso (el líder del grupo), Salustiano Balado Abeijon (otro <maestro ínfimo> de la sexta), Ana Monelos, los hermanos Fran, Betty Boop y Matty, a los cuales hay que añadir a <otro derrotado>, un amante de Matty a quien no hemos conocido antes. La inmolación tiene lugar a finales de julio de 1969, coincidiendo con la muerte de Gitanillo de Triana y del actor Robert Taylor, la llegada de los norteamericanos a la Luna y el juramento del príncipe Juan Carlos de Borbón ante las Cortes. Santiso posee a Matty en la bañera y ambos se cortan las venas en el momento del orgasmo, mientras los grifos permanecen abiertos. Los demás les imitan, un practicante que vive en el piso inferior ve, horrorizado, como baja mucha agua mezclada con sangre por la escalera, y llama a la policía.
No creo que sea exagerado decir que el verdadero protagonista de La Cruz de San Andrés es el sexo: la ansiedad y la obsesión por el sexo. La mayoría de estos personajes, los más importantes y los menos importantes, son erotómanos, o distan poco de serlo. Más de diez de los hombres que transitan por la novela frecuentan a prostitutas, y la misma Matilde Verdú, ya mediada la narración, confiesa que le habría gustado ser puta, pero que le faltaban belleza y resignación. Observemos brevemente a algunas de estas criaturas movidas, como títeres, por los hilos del instinto sexual:
- Diego (Pichi) López Santana, no contento con su mujer, cree que tiene vocación de violador, pero cada vez que lo intenta se corre prematuramente.
- Ermitas Erbecedo Fernández (Clara), viuda caliente, abuela paterna de los hermanos López santana, tiene un chalet en san Pedro de nos con un invernadero donde tanto ella como sus amigos y amigas se entregan gozosos a los placeres de la carne. Uno de sus amantes preferidos es el jardinero Evaristo, autentico garañón. Una noche el mar le moja el culo a Clara mientras esta follando en la playa de Riazor con un marinero holandés: episodio recordado a lo largo de la narración. Clara gusta de observar a su amante Javier Perillo (<Fifí>), mucho más joven que ella, mientras orina, aunque no suele funcionar muy bien la operación porque a Fifí se le empina a menudo en tales trances, etc.
- La escultural Eva, mujer del constructor Jacobo López Santana, padre de Matty, Betty Boop, Fran, Pichi y Berta, disfruta escuchando a las parejas que se masturban en el cine, y viendo, en la sauna, a mujeres desnudas. Entretanto su marido, con quien forma <una pareja de cine> pero que, según las malas lenguas, <hacia a pelo y a pluma>, gusta de espiar a atletas masculinos en las duchas de su gimnasio.
- Claudia Lopez Santana, alias Betty boop, y su hermana Matty son las folladoras más experimentadas y ávidas del libro .ambas, como también su hermano Fran, han heredado una tendencia a la locura. Betty es bella y graciosa , con <una figura explosiva> parecida a la de su madre, Eva. Canta bien, podría haber sido buena actriz. Sus conquistas sexuales son innumerables. Cualquier sitio es bueno para hacer el amor. Incluso llega a su boda hecha un desastre porque deja que su novio le eche <un violento polvo de gallo y de urgencia> antes de salir para la Iglesia. Cuando no está follando, a Betty le gusta leer a Tagore, a Juan Ramón Jiménez y a Bécquer. Por otro lado es supersticiosa, <siempre metida en brujas y santiñas y echadoras de cartas>. Cada vez mas degenerada, Betty es presa fácil de la comunidad de amanecer, donde adopta el nombre de María magdalena (a su hermano Fran le dan el de Simón Pedro). Después de separarse de su marido, Betty sigue con sus jodiendas… y dando a luz niños luego abandonados. Incluso, un día, pare en medio de la calle. Pasa temporadas en el manicomio de Conjo, como su tía Mary Carmen. El <derrumbamiento> está servido.
- Marta o Matty, la hermana de Betty, rubia y bien hecha, <con las tetas muy en su sitio y el culito respingón>, es casi tan puta como ella. Echada del colegio cuando tiene quince años por meneársela a un bedel, se embarca en una frenética carrera erótica, aprovechando a estos efectos, entre otros lugares, el invernadero de su tía Calra en San Pedro de Nos. Conoce a un médico alemán que llega a La Coruña en un buque escuela llamo Gorch Fock, nombre calcado, se supone, sobre el inglés good fock, “buen polvo”. No es mal chiste. Matty se casa con un policía tan desangelado que una de las narradoras comenta que <lo único que le hubiera faltado al pobre Jaime Vilaseiro era tener los huevos color azul turquesa, como los babuinos>. Antes de cumplir los cuarenta años, Matty es una ruina. Cae en los tentáculos de la Comunidad del amanecer y se entrega a las orgias organizadas por Santiso, creyendo que durante ellas esta copulando con el Sumo Hacedor.
La obsesión sexual que revela la novela no es nueva en Cela desde luego. Antes bien, constituya un tema permanente con sus setenta y ocho años a cuestas, insiste más que nunca.
El libro lo escribió utilizando varias formulas fijas. Una de ellas es la inserción, en el momento menos esperado- incluso en medio del monologo interior de Matilde Verdú- de un encarte, noticia o anuncio periodístico correspondiente al verano de 1969 y que tiene la función de subrayar el contexto histórico de lo que ocurría entonces tanto en el ámbito local como en el nacional y aun el internacional. Es un truco que ya vimos en San Camilo, 1936 y al cual Cela recurre también en Memorias, entendimientos y voluntades:
A veces me gustaría haber nacido mujer muy elemental y fértil o muy sofisticada y yerma, comandos israelíes dejan a medio Egipto sin energía eléctrica. Vamos a considerar la situación…
Matilde y Pichi tuvieron una niña, Esther, con una hache después de la te, que es todavía muy pequeñita pero no parece normal, hay familias en las que todos son un poco raros. Parrilla del Hotel Embajador. Gran Baile amenizado por la Orquesta Atlántica con J’Hay. A francisco, el menor de los dos López…
La mujer de Vilariño fue mi pobre hermana Victorita, ya fallecida, la Real Academia gallega nombre miembro de honor a don Dámaso Alonso, nacido en Madrid pero criado a orillas del Eo. El aparatoso tedeum que conmemora las bodas de la confusión…
También hemos visto en libros anteriores de Cela otro recurso muy característico de La Cruz de San Andrés, y que aquí consiste en introducir una pregunta -del presidente del tribunal o de otra persona no especificada- que interrumpe el relato de Matilde. Pregunta a la cual esta suele contestar escuetamente antes de continuar con su <monótona melopea>, como alguien califica sus declaraciones:
A las hienas hay que echarles gacelas muertas para que se les barran los malos pensamientos de la cabeza.
– ¿Para que se les borren?
– No, para que se les barran; los malos pensamientos no se borran jamás, basta con barrerlos para que acabe llevándoselos el viento.
Mary Carmen también se pasaba temporadas en Conjo, es frecuente que algunas enfermedades vayan por las familias el cáncer, la locura, la lepra, otras no, la sarna, la tiña, la blenorragia, no se pueden dar normas generales, es cierto, pero si aproximadas.
−Es la segunda vez que se lo pregunto, ¿usted cree que Pichi es feliz con Matilde?
−No lo creo, pero eso se sabe nunca, eso no lo sabe nadie, a veces ni el interesado siquiera, es la segunda vez que se lo digo.
Hay dos clases de locura, a cual peor, las dos pueden ser leves pero también graves…
Y luego, claro está- ya sabemos que Cela es experto en pequeñas viñetas-, la formula de urdir un tejido de personajes menores, habitualmente con nombres raros- de esos que fascinan al Nobel, y que, apenas perfilados, van y vienen a lo largo del libro- y a quienes, cada vez que reaparecen, el autor les suele colgar una etiqueta descriptiva para que no nos perdamos del todo:
- Severino Fontela, < el cura castrense medio putero> o <el cura aficionado a tocar el arpa>.
- Isolino Cospindo, <el cojo del Gobierno Civil>.
- Lisardo Toxosoutos Méndez, < el conductor de la funeraria El crisantemo>.
- Matilde Lens, <la pareja de Entrecruces>.
- Raimundo Fanego, < el guardia civil pelirrojo del puesto de La Estrada>.
- Lucas Muñoz, <el licenciado en Filosofia Clasica>.
- Ortiz, <el de Efectos Navales>.
Dada la naturales de la estructura narrativa elegida -mayormente monologo interior-, abundan las repeticiones y digresiones en La Cruz de San Andrés y el lector se siente a menudo despistado, cuando no aburrido, al tratar de seguir los vaivenes y vericuetos del pensamiento de Matilde. Después de varias lecturas, tal vez lo que más nos queda en la memoria son algunos pequeño episodios erótico-amorosos en los cuales se revela el mejor Cela. Pienso especialmente en la aventura de Betty Boop con el camionero rijoso, y el reencuentro de la misma con el profesor de violín Negreira.
Luego hay la subtrama: el asunto del libro encargado a Matilde Verdú por Gardner Publisher Co. y la relación de la protagonista con Paula Fields, su agente. Habida cuenta de que los meses que tiene Matilde para escribir su crónica se corresponden casi exactamente con el plazo de que dispone Cela para entregar La Cruz de San Andrés a Planeta –pormenor absolutamente innecesario para el argumento de la novela-, parece evidente que al Nobel le tiene cuando menos preocupado el compromiso editorial que ha contraído. ¿Se sentía avergonzado por haberlo adquirido? ¿Lo hizo presionado por Marina Castaño? Ambas cosas son posibles. Tal vez por ello Cela hace que Matilde escriba su crónica sobre papel higiénico, es decir, sobre papel que normalmente se mancha de excrementos, no de palabras. ¿Considera Cela, en su fuero interno, que La Cruz de San Andrés es una obra inmunda? ¿Se trata de enviar un corte de mangas a planeta, y quizás incluso a su agente Carmen Balcells?
El lector estará de acuerdo, de todas maneras en que aquí hay mar de fondo. Mar de fondo del cual nadie parece haberse dado cuenta cuando, noviembre de 1994, se publicó la novela. Jose Manuel Lara dijo entonces que prefería la de la finalista Ángeles Caso. La Cruz de San Andrés no fue un gran éxito editorial, y al cabo de dos semanas el libro de Caso había vendido el doble de ejemplares que el ganador28.
Y allí, por el momento, de quedo el asunto.
En aquellos días varios escritores expresaron públicamente la repugnancia que le producía el Nobel que acababa, a su juicio, de venderse a Planeta. Rafael Sánchez Ferlosio, por ejemplo, que a la pregunta de Feliciano Hidalgo acerca de si había leído el libro respondió- displicente-:<no. Es un hombre que todo lo envilece>. Y los españoles, ¿Por qué no acababan de ser educados? < lo fueron mucho en siglo XVI- continuó Sánchez Ferlosio-, y Quevedo los estropeó un poco. Han vuelto a serlo en el XIX, y Cela los ha hundido en la mayor grosería>. Estaba claro que el autor de El Jarama no aguantaba la poca elegancia pública del flamante ganador del Planeta29.
Al saberse el 28 de noviembre que el premio Cervantes se le había concedido a Mario Vargas Llosa y que a Cela se les escapaba un año más, otros escritores –que se hallaban reunidos en Oviedo- expresaron su satisfacción ante la continuada exclusión del Nobel. Almudena Grandes fue taxativa :<no es el Cervantes que me hubiera gustado- dijo. , pero me alegro de que se lo hayan quitado a Cela>. Rosa Regás manifestó que <hay muchísima gente aquí y en América que se lo merece más. Cela no puede ganarlo porque ha dicho que es una mierda. Me habría gustado que lo ganara Donoso>. En cuanto a Javier García Sánchez, se alegraba de que el ganador no fuera Cela, porque con él el premio <no se hubiera dignificado>30.
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Pero Cela se salió por fin con la suya- ¿no gana el que resiste?- , y el 13 de diciembre de 1995, después de cuatro votaciones, se alzó por fin con el premio del que había dicho estaba ya demasiado cubierto de mierda como para ansiarlo. Dos meses antes, el presidente de la Comunidad de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, y el alcalde de la ciudad, José María Álvarez del Manzano, habían pedido públicamente el Cervantes para el autor de La Colmena, una <insinuación> (como la calificó el propio Ruiz Gallardón) a Carmen Alborch, ministra de Cultura, que había contestado que, <afortunadamente>, no era ella la responsable de otorgar el premio sino un jurado que elegía libremente31 .
Tanto Carmen Alborch como Fernando Lázaro Carreter, director de la Real Academia y uno de los miembros del jurado, quisieron quitar hierro a las declaraciones despectivas que Cela hiciera en su día sobre el Cervantes. <El jurado ha valorado solo su obra literaria, no sus opiniones>, comentó secamente Lázaro. <Cela es polemista y polémico –dijo por su parte la diplomática CArmen Alborch –se deja llevar por su casticismo proverbial, pero eso hay que descontextualizarlo>32.
En cuanto al propio Cela, que estaba en Iria Flavia cuando le llamó la ministra para darle la noticia, estuvo, como requería el caso, un punto irónico. Expresó su agradecimiento al jurado (compuesto por nueve personalidades de las letras españolas e hispanoamericanas), añadió que todo llega a su debido tiempo, y concluyó- <España es un país en el que se rompen las tradiciones y últimamente parece que se estaba convirtiendo en una tradición que no me diesen el Cervantes. A mí no me parece bueno romper tradiciones, aunque en este caso haya sido yo el beneficiado>. Un comentario típicamente celiano33.
Al día siguiente Juan Cruz subrayó en El País la faceta <melancólica y desgarrada> de Cela, faceta que el escritor se afanaba en disfrazar con su cuidadosamente labrada imagen de hombre <tronante, gutural, estentóreo>. Cruz había visto, en Tenerife, a otro Cela, cuando, solo y desvalido en un hotel, trataba de poner punto final a oficio de tinieblas. No, no había que confundir al escritor con el personaje. Cruz esperaba que, con el Cervantes ya por fin en manos de Cela, tirios y troyanos moderasen sus posturas :< acaso con este reconocimiento vendrá el sosiego y callarán también los que gritando han querido convertir a Cela en su propia bandera, cuando, en realidad, ningún escritor es de nadie sino de su propia escritura. El Cervantes es de Cela. Que todo el mundo se descanse en paz>34.
Cela recibió su premio -quince millones de pesetas- el 23 de abril de 1996, en el tradicional acto de Alcalá de Henares. Estaba eufórico, emocionado. Y no era para menos: el Partido Popular acababa de ganar las elecciones, el premio le llegaba con un Gobierno socialista ya solo en funciones, y él , Camilo José Cela Trulock, a punto de cumplir los ochenta años, lo había conseguido todo35.
Al acto del Cervantes acudieron concejales locales del PSOE y de izquierda unida. Uno de ellos explicó que hasta el día anterior existía en Alcalá un ambiente muy hostil contra Cela (por haber desacreditado el premio), pero que las palabras que acaba de publicar en Abc constituían <una rectificación generosa>.
Las palabras en cuestión aparecieron en <El color de la mañana>, la columna habitual de Cela, bajo el título <Alcalá de Henares>. El primer párrafo del texto era tan críptico que resultaba imposible desentrañar su contenido. El segundo se entendía un poco mejor. Tras un apostrofe cordial a la ciudad que le iba a recibir al día siguiente, y después de afirmar que < el agua pasada jamás debe mover el molino de la vida de nadie> (evidente alusión al hecho de que le negaran el Cervantes durante tanto tiempo), el escritor terminó: <la mejor salsa del mundo es el hambre, dijo el alcalaíno más ilustre remendando a Cicerón, y porque proclamo mi hambre de libertad y amor, quiero que sepas, Alcalá, que exalto tu libre y amoroso afán de serena y airosa historia de ceñidos saberes sin fronteras ni rincones de sombra. Y tal como lo pienso, te lo digo>. Una lisonja, es cierto que asaz barroca, para tratar de poner las cosas en su sitio36.
Se notaba la ausencia en la sala de anteriores galardonados del Cervantes como Antonio Buero Vallejo, Miguel Delibes, Francisco Ayala, Gonzalo Torrente Ballester y Mario Vargas Llosa. Otros escritores, tampoco había muchos. No se personó el hijo del Nobel, Camilo José Cela Conde. Sí estuvieron las hermanas del escritor, Ana y Maruxa. Y por supuesto, Marina Castaño, acompañada de su hija Laura.
«Merece la pena esperar los años que Dios disponga para recibir este premio de la mano de Vuestra Majestad…». Así empezó Cela su discurso, para afirmar enseguida que nunca había perdido la esperanza de conseguirla, <aunque a veces la vi tan huidiza como una liebre en campo abierto>. Y aunque no habían faltado momentos de desaliento <e incluso de estupor> (cuando ganaban otros, se sobrentendía). Cela no ocultó, delante de tan alto senado, que llevaba años ambicionado hondamente recibir el premio y sintiéndose menospreciado cada vez que se le denegaba. Después de pronunciarse en estos términos, por lo demás bastante patéticos, dedicó unos renglones a expresar su amor a las palabras. <Amo siempre la palabra –manifestó– como a veces se ama a una mujer, con frenesí, pasión e inconveniencia, y este desmelenado amor me encara el sentimiento porque, otra vez el Quijote, donde hay mucho amor no suele haber demasiada desenvoltura>. Ya en la recta final de su alocución, el nuevo Cervantes no pudo evitar un poco de autobombo al recordar que, cuándo le dieran el Premio príncipe de Asturias, había dicho, en Oviedo y ante don Felipe de Borbón, que <en España, el que resiste, gana>. Hoy, en Alcalá, y ante sus Majestades, quería repetirlo 37.
La importancia de ganar. De resistir hasta ganar. De resistir hasta el final. De no ser un derrotado. De poner una voluntad férrea al servicio del éxito en la vida. El tema de siempre, en definitiva, pero ahora proclamado en voz alta. Y -pese a alusiones a la humildad, a la modestia- un soterrado corte de mangas. No era discurso elegante, ni enjundioso, ni rico en sabiduría humana. Era la pataleta de un niño grande a quien le han dicho repetidas veces que no y que cuando consigue finalmente lo que quiere, no puede olvidar ni perdonar los agravios recibidos.
La ministra de Cultura en funciones, Carmen Alborch, habló con mesura y dignidad. Dijo que, a su juicio, el premio había tardado <más de lo que todos habríamos querido>, y encomió el espíritu <rompedor> del escritor, que había abierto ventanas <que antes estaban clausuradas>. Después, el banquero Alfonso Escamez, presidente de la Fundación Central hispano y viejo amigo de Cela, elogió las palabras de la ministra, que le habían sorprendido <muy favorablemente>. ¿Qué esperaba? ¿Desconocía acaso que Carmen Alborch era una persona que sabia estar?.
Cuando llegó su turno, el rey Juan Carlos dijo que Cela formaba <una parte consustancial de nuestra naturaleza, de nuestro paisaje que sin él estaría incompleto>. No sabemos a quién se debía la autoría del discurso regio, pero que el monarca tuviera que proclamar que Cela formaba parte consustancial de la naturaleza española era mucho compromiso, el rey confiaba en que Cela continuara en la brecha y culminase no solo sus memorias sino también Madera de Boj, su tan esperada, y tantas veces pospuesta, novela sobre Galicia.
José María Aznar, quien, en palabras del periodista de El Mundo Borja Hermoso, <viene mostrando un inusitado interés por los bienes del espíritu desde su victoria electoral>38, acudió al acto de Alcalá de Henares con aires de triunfador, y casi acaparó más atención que el nuevo Cervantes. Como amigo de Cela y próximo presidente del Gobierno, no era para menos. Aznar, que se presentó con un ejemplar de El gallego y su cuadrilla bajo el brazo, dijo que de Cela había leído todo y que le hubiera gustado que el escritor recibiera el Cervantes bajo el mandato del Partido Popular. Aseguró que la cultura iba a ser <la segunda prioridad en su gobierno>, y declaró a los periodistas que había sido una <injusticia> no conceder el premio antes a quien ya tenía el Nobel.
Abc, en su editorial del día siguiente, afirmó tajante que Cela era <el máximo escritor español del ultimo medio siglo> -un juicio de valor estrictamente subjetivo- , para que luego puntualizar: <quizás lo único que podía ensombrecer el solemne acto de la Universidad de Alcalá haya sido lo tardío de su concesión> y < en cierto modo […] los honores le han llegado tarde>.
¡Otra vez los socialistas!
El entusiasmo de Cela no conoció límites una vez en el poder el Partido Popular. Y el PP, que correspondió colmándole de atenciones durante el resto de sus días, encontraría al final la satisfacción mas grata de todas al recibir Cela católico y no civil entierro, rodeado de ministros de José María Aznar.
Pero todavía le quedaban a Cela seis años, mucho resuello y mucha voluntad de seguir la intención de continuar resistiendo.
El 11 de mayo de 1996, a las pocas semanas del acto de Alcalá, Cela cumplía los ochenta años. Para celebrar su aniversario, así como la concesión del galardón, el Círculo de Lectores publicó su Poesia competa en una hermosísima edición prologada por José Ángel Valiente. Que se incluyese < Reloj de arena reloj de sol reloj de Sandra>, fechado como vimos a principios de 1988, cuando Cela estaba en pleno idilio con Marina Castaño. Sorprendió a los que sabían de la renuencia anterior del escritor a dar a conocer texto tan explícitamente erótico, incluso en edición limitada 39. ¿Por qué se había decidido ahora a difundirlo? Quizás porque no podía aguantar más tiempo la tentación de proclamar en público que, al conocer a Marina, y a diferencia de la mayoría de los españoles de todas las edades (como había declarado a la revista Tiempo), el no solo seguía haciendo el amor mucho sino mejor que nunca. Se trataba, en el fondo, de otro corte de mangas.
NOTAS:
*los textos entrecomillados sin cita pertenecen a La Cruz de San Andrés.
[1] Antonio Muñoz Molina, «Teoria del elogio insultante», El Pais, 9 de marzo de 1994.
[2] El articulo se publicó el 15 de marzo de 1994. Cito de Cela, El color de la mañana, pags. 133-134.
[3] La poetisa cubana Dulce Maria Loynaz, habia ganado el Cervantes el año anterior.
[4] Umbral, «El espinar», El Mundo, 26 julio 1994.
[5] Diario-16, 30 de mayo de 2001; Juan Oliver, «Delibes confirma que Planeta le ofreció el premio que ganó Cela», La Voz de Galicia, 30 de mayo de 2001.
[6] Ibid.
[7] Conversación telefónica con la Secretaria de D. Miguel Delibes, 8 de marzo de 2003.
[8] Diaz Formoso, «Prologo», pag. XXI.
[9] Cela, «Hasta luego», reproducido en el El color de la mañana, pags. 246-247.
[10] Alex Salmon, «Cela se perfila como el ganador del Planeta», El Mundo, 12 de octubre de 1994.
[11] El Pais, 16 de octubre de 1994.
[12] Ibid, el video de cobertura del acto por RTVE.
[13] Video de la cobertura del acto por RTVE.
[14] Ibid.
[15] Emma Rodriguez, «El Nobel Camilo José Cela obtiene el Planeta», El Mundo, 16 de octubre de 1994.
[16] El Pais, 17 octubre 1994, pag. 45.
[17] El Mundo, 23 octubre 1994.
[18] X. M. (Xavier Moret), «La necesaria renovación de un premio bajo sospecha», El Pais, 17 octubre 1994, pag 45.
[19] Cela, «El Premio Planeta», ABC, 23 octubre 2002.
[20] Emma Rodriguez, «Planeta asegura que nunca ha prometido a nadie su premio», El Mundo, 11 noviembre 1994.
[21] «El Planeta no es un premio para noveles, dice el hijo de Lara», El Pais, 2 de noviembre de 1994.
[22] Emma Rodriguez, «Planeta asegura que nunca ha prometido a nadie su premio», El MUndo, 11 noviembre 1994.
[23] Ibid.
[24] Video de la cobertura del acto por RTVE.
[25] La Cruz de San Andrés.
[26] Ibid
[27] Antonio Astorga, «Camilo José Cela: «Para ser plagiario hay que ser muy humilde y yo no lo soy»», ABC, 20 marzo de 2001.
[28] El Mundo, 29 de noviembre de 1994
[29] El Pais, 20 de noviembre de 1994
[30] Ibid
[31] Ibid, 6 de octubre de 1995.
[32] Jose Manuel Pereiro, «Todo llega a su tiempo», El Pais, 14 de diciembre de 1985
[33] Ibid
[34] Juan Cruz, «La edad de la escritura», El Pais, 14 de diciembre de 1995.
[35] El Pais, 24 de abril de 1996, pag. 35
[36] Cela, 2Alcalá de Henares», ABC, 22 de abril de 1996, pag. 13.
[37] «Premio Cervantes: Discurso de Cela», ABC, 24 de abril de 1996, pág. 51.
[38] El Mundo, 24 de abril de 1996.
[39] Ver Armiño, «Cela: eximio escritor y extravagante ciudadano».
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