¿EVITAR A LAS MUJERES A TODA COSTA?, por Javier Marías

¿Evitar a las mujeres a toda costa?, por Javier Marías

Fomento del resentimiento, por Javier Marías 

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El CGPJ presenta una Guía de criterios de actuación judicial para detectar e investigar la trata de seres humanos

Articulo publicado el 21 de noviembre de 2018 en:

http://noticias.juridicas.com/actualidad/noticias/13463-el-cgpj-presenta-una-guia-de-criterios-de-actuacion-judicial-para-detectar-e-investigar-la-trata-de-seres-humanos-/

 

El presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, Carlos Lesmes, ha presentado hoy la “Guía de criterios de actuación judicial frente a la trata de seres humanos”elaborada por un grupo de expertos en la materia, a instancias de la Comisión de Igualdad. El texto, que ofrece un enfoque multidisciplinar de la trata, tiene como objetivo es servir de apoyo a los jueces y magistrados para comprender en qué consiste este fenómeno criminal, cómo detectar su existencia y cuál es la perspectiva más eficaz para su abordaje.

Durante la presentación de la Guía, Carlos Lesmes ha pedido “un especial esfuerzo” a todos los actores implicados en la lucha contra esta forma de criminalidad y ha señalado que la Guía “constituye una herramienta de gran utilidad para afrontar el tratamiento policial y judicial de este complejo fenómeno”.

La importancia de este proyecto se pone de manifiesto por el hecho de que España sea “país de origen, tránsito y destino de mujeres, hombres y niños sometidos a la trata con fines de explotación sexual y laboral”, ha añadido el presidente del CGPJ. Asimismo, debe tenerse en cuenta que más del 90 por ciento de las causas por trata de seres humanos en España lo son con fines de explotación sexual y que más del 90 por ciento de las víctimas de esta clase de trata son mujeres y niñas, con lo que la perspectiva de género resulta esencial a la hora de enfrentarnos a esta grave violación de los derechos humanos.

La presidenta de la Comisión de Igualdad, Clara Martínez de Careaga, ha definido la trata de seres humanos como la “esclavitud siglo XXI” y ha alertado sobre la “acuciante necesidad” de ahondar en la formación de los jueces y magistrados con el fin, y esa es la vocación de la Guía, de “alcanzar mayores cotas de eficacia en la detección y persecución” de este grave delito. España, ha recordado la vocal, es el tercer país del mundo en demanda de prostitución, un dato “desolador”. “Nos sumamos a las voces que reclaman una ley integral contra la trata de seres humanos”, ha concluido.

Martínez de Careaga y los restantes vocales de la Comisión de Igualdad -Concepción Sáez, Gerardo Martínez Tristán y Nuria Díaz Abad- han coordinado los trabajos del grupo de expertos, integrado por miembros de las carreras judicial y fiscal, letrados de la Administración de Justicia, agentes de los cuerpos y fuerzas de Seguridad del Estado, psicólogos forenses y profesionales pertenecientes a entidades especializadas en la defensa y asistencia a las víctimas de la trata.

La Guía se divide en cuatro grandes bloques: el primero contiene una descripción general del fenómeno; el segundo se refiere a la protección penal contra la trata de seres humanos; el tercero, a la protección administrativa y el cuarto, y último, a la cooperación judicial internacional en la lucha contra esta actividad criminal.

Descripción general de la trata de seres humanos

El Convenio de Varsovia (2005) define la trata como una “grave vulneración de derechos humanos que conlleva la explotación de las personas que son sometidas a la misma, la privación de libertad y del ejercicio de derechos fundamentales y, muy a menudo, altos niveles de violencia”. Partiendo de esta definición, la Guía aborda la trata tanto desde la perspectiva de los derechos humanos como desde una perspectiva de género, pues está ampliamente documentado que la trata con fines de explotación sexual afecta principalmente a mujeres y niñas. Junto a la explotación sexual, existen también otras modalidades, como son la trata con fines de explotación laboral, para la mendicidad, para realizar actividades delictivas, para el tráfico de órganos, tráfico de niños y niñas, adopciones ilegales o gestación subrogada forzosa.

La unión de ambas perspectivas implica que, cuando se afronta una causa por trata de seres humanos, la prioridad sea siempre proteger a la víctima, ayudarla a salir de esa situación y evitarle mayores sufrimientos; en definitiva, procurar su recuperación y evitar su revictimización. Los expertos advierten de que las víctimas no pueden ser tratadas como “meros instrumentos” para llevar a buen fin el procedimiento penal o como “inmigrantes en situación irregular”, sino como “sujetos y titulares de derechos”. Además, cuando la víctima sea menor de edad, todas las decisiones deberán adoptarse bajo el principio del interés superior del niño.
 

La detección de la trata es fundamental para poner en marcha los mecanismos de protección de las víctimas. Para ello, la Guía incluye un elenco abierto de “indicadores” de trata, esto es, indicios que sirven para detectar si se está ante una víctima: entre otros, procedencia de la víctima, factores culturales, de etnia o vinculación a los investigados. Asimismo, es importante tener en cuenta que las víctimas son coaccionadas por las mafias y que en muchos casos desconfían de las Fuerzas de Seguridad del Estado por el temor a ser expulsadas de España.

Junto a los indicadores, los expertos alertan de la necesidad de eliminar los estereotipos de las actuaciones judiciales, pues dificultan la identificación de la trata y de sus víctimas, obstaculizando así el acceso de estas últimas a la justicia. Por esta razón, proponen tomar conciencia de la existencia de dichos estereotipos, analizar de qué forma “operan en detrimento de las personas a las que se refieren” y tomar las medidas de reparación oportunas.

Protección penal

La Guía realiza un minucioso análisis de los tipos penales propios de esta actividad delictiva y pone de manifiesto cómo con frecuencia es confundida con otro delito, el de tráfico de personas, referido al contrabando de migrantes o inmigración ilegal. Se trata de tipos penales con características distintas, como son, por ejemplo, que el hecho delictivo en la trata es la explotación del ser humano, mientras que en el tráfico de personas es su introducción ilegal en un Estado; o que la víctima de trata es obligada, a veces con violencia o intimidación, o engañada para ser trasladada, mientras que el desplazamiento territorial del inmigrante es voluntario.

En este capítulo, la guía incluye la jurisprudencia más reciente, tanto sobre el tipo penal (características, conductas típicas, medios usados para la comisión del delito, finalidad, ámbito territorial, posible confusión con otros delitos) como sobre otras cuestiones, como son la jurisdicción y la competencia para la investigación de este delito, que con frecuencia son causa de conflictos jurisdiccionales.

También incluye consideraciones estrictamente procesales y recomienda líneas y medidas de investigación (es clave, por ejemplo, la investigación patrimonial de los tratantes), medidas de protección de la víctima dentro y fuera de la sede judicial, la práctica de prueba preconstituida o la necesaria coordinación con otros organismos e instituciones. En relación con este último punto, se pone de manifiesto la importancia de que organismos como la Intervención General de la Administración del Estado, la Agencia Estatal de Administración Tributaria, la Inspección de Trabajo o la Oficina de Recuperación y Gestión de Activos colaboren en la investigación con los jueces y magistrados.

El tercer bloque analiza el fenómeno de la trata de personas desde el punto de vista administrativo, poniendo el foco sobre las tendencias legales y jurisprudenciales más recientes en materia de extranjería, en el derecho de asilo y en la protección internacional.

Por último, la Guía examina las distintas herramientas para la cooperación judicial internacional que los operadores jurídicos tienen a su disposición, tanto a nivel europeo como extracomunitario, en la tramitación de los asuntos sobre trata de personas.

Al acto han asistido, entre otras autoridades, el magistrado del Tribunal Constitucional Cándido Conde-Pumpido; el presidente de la Audiencia Nacional, José Ramón Navarro; vocales del Consejo General del Poder Judicial y altos mandos de las Fuerzas de Seguridad del Estado. 

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¿Evitar a las mujeres a toda costa?*

Por Javier Marías 

Articulo publicado el 30 de diciembre de 2018 en: 

https://elpais.com/elpais/2018/12/24/eps/1545642250_738602.html?id_externo_rsoc=TW_CM

 

La idea de que las mujeres han de ser creídas en todo caso se ha extendido lo bastante como para que muchos varones prefieran no correr el mínimo riesgo

 

TOMAMOS INICIATIVAS con gran alegría y con prisas, olvidando que nadie es capaz de prever lo que provocarán a la larga o a la media. No pocas veces medidas “menores” y frívolas, o autocomplacientes, han desembocado en guerras al cabo de no mucho tiempo. Los impulsores de las medidas nunca se lo habrían imaginado, y desde luego se declararán inocentes de la catástrofe, negarán haber tenido parte en ella. Y sin embargo habrán sido sus principales artífices.

Sin llegar, espero, a estas tragedias, el alabado movimiento MeToo y sus imitaciones planetarias están cosechando algunos efectos contraproducentes, al cabo de tan sólo un año de prisas y gran alegría. Había una base justa en la denuncia de prácticas aprovechadas, chantajistas y abusivas por parte de numerosos varones, no sólo en Hollywood sino en todos los ámbitos. Ponerles freno era obligado. Las cosas, sin embargo, se han exagerado tanto que empiezan a producirse, por su culpa, situaciones nefastas para las propias mujeres a las que se pretendía defender y proteger. El feminismo clásico (el de las llamadas “tres primeras olas”) buscaba sobre todo la equiparación de la mujer con el hombre en todos los aspectos de la vida. Que aquélla gozara de las mismas oportunidades, que percibiera igual salario, que no fuera mirada por encima del hombro ni con paternalismo, que no se considerara un agravio estar a sus órdenes. Que el sexo de las personas, en suma, fuera algo indiferente, y que no supusieran “noticia” los logros o los cargos alcanzados por una mujer; que se vieran tan naturales como los de los varones.

Leo que según informes de Bloomberg, de la Fawcett Society y del PEW Research Center, dedicado a estudiar problemas, actitudes y tendencias en los Estados Unidos y en el mundo, se ha establecido en Wall Street una regla tácita que consiste en “evitar a las mujeres a toda costa”. Lo cual se traduce en posturas tan disparatadas como no ir a almorzar (a cenar aún menos) con compañeras; no sentarse a su lado en el avión en un viaje de trabajo; si se ha de pernoctar, procurar alojarse en un piso del hotel distinto; evitar reuniones a solas con una colega. Y, lo más grave y pernicioso, pensárselo dos o tres veces antes de contratar a una mujer, y evaluar los riesgos implícitos en decisión semejante. El motivo es el temor a poder ser denunciados por ellas; a ser considerados culpables tan sólo por eso, o como mínimo “manchados”, bajo sospecha permanente, o despedidos por las buenas. La idea de que las mujeres no mienten, y han de ser creídas en todo caso (como hace poco sostuvo entre nosotros la autoritaria y simplona Vicepresidenta Calvo), se ha extendido lo bastante como para que muchos varones prefieran no correr el más mínimo riesgo. La absurda solución: no tratar con mujeres en absoluto, por si acaso. Ni contratarlas. Ni convertirse en “mentores” suyos cuando son principiantes en un territorio tan difícil y competitivo como Wall Street. En las Universidades ocurre otro tanto: si hace ya treinta años un profesor reunido con una alumna dejaba siempre abierta la puerta del despacho, ahora hace lo mismo si quien lo visita es una colega. Los hay que rechazan dirigirles tesis a estudiantes femeninas, por si las moscas. En los Estados Unidos ya hay colleges que imitan al islamismo: está prohibido todo contacto físico, incluido estrecharse la mano. Como en Arabia Saudita y en el Daesh siniestro, sólo que allí, que yo sepa, ese contacto está sólo vedado entre personas de distinto sexo, no entre todo bicho viviente.

Parece una reacción exagerada, pero hasta cierto punto comprensible si, como señaló la americana Roiphe en un artículo de hace meses, se denuncia como agresión o acoso pedirle el teléfono a una mujer, sentarse un poco cerca de ella durante un trayecto en taxi, invitarla a almorzar, o apoyar un dedo o dos en su cintura mientras se les hace una foto a ambos. No es del todo raro que, ante tales naderías elevadas a la condición de “hostigamiento sexual” o “conducta impropia” o “machista”, haya individuos decididos a abstenerse de todo trato con el sexo opuesto, ya que uno nunca sabe si está en compañía de alguien razonable, o quisquilloso y con susceptibilidad extrema. El resultado de esta tendencia varonil, como señalaban los mencionados informes, es probablemente el más indeseado por las verdaderas feministas, y llevaría aparejado un nuevo tipo de discriminación sexual. Se dejaría de trabajar con mujeres, de asesorarlas y aun de contratarlas no por juzgarlas inferiores ni menos capacitadas, sino potencialmente problemáticas y dañinas para las propias carrera y empleo. Si continuara y se extendiera esta percepción, acabaríamos teniendo dos esferas paralelas que nunca se cruzarían, y, como he dicho antes, el islamismo nos habría contagiado y habría triunfado sin necesidad de más atentados: tan sólo imbuyéndonos la malsana creencia de que los hombres y las mujeres deben estar separados y, sobre todo, jamás rozarse. Ni siquiera codo con codo al atravesar una calle ni al ir sentados en un tren durante largas horas. 

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FOMENTO DEL RESENTIMIENTO*

Por Javier Marías 

Articulo publicado el 9 de diciembre de 2018 en:

https://elpais.com/elpais/2018/11/30/eps/1543595189_598178.html?id_externo_rsoc=TW_CC

 

En demasiados lugares, políticos incendiarios y fratricidas aspiran a que el resentimiento lo invada todo y a que cada cual le ajuste cuentas a su vecino

 

ME IMPRESIONÓ, y luego me dejó pensativo, un artículo de Eliane Brum publicado en este diario hace unas semanas. Se titulaba “Brasil, la venganza de los resentidos”, y en él la autora relataba episodios de la vida cotidiana de su país tras el triunfo del tenebroso Bolsonaro. Algunas de las cosas que contaba (y eso que en el Brasil aún no ha empezado la violencia institucionalizada desatada) me recordaron inevitablemente a historias y anécdotas, oídas de primera mano, de nuestra Guerra Civil. Muy de primera, porque uno de mis abuelos y uno de mis tíos se pasaron la contienda escondidos, en embajadas o no se sabe dónde. A otro tío lo mataron, como he evocado aquí alguna vez, tras llevarlo a la cheka de Fomento con una compañera, los dos tenían dieciocho años. A mi padre, también es sabido, lo detuvo la policía franquista nada más consumarse la derrota de la República, pasó meses en la cárcel y luego fue represaliado hasta mediados de los años cincuenta para unas cosas, para otras hasta el final. La casa de su progenitor, mi otro abuelo, quedó medio destrozada por un obús. La de mi madre, llena de niños, tenía que ser evacuada cada poco, por los bombardeos “nacionales”. Mis padres tenían unos veintidós años en 1936, así que vieron y oyeron mucho, ya adultos y enterándose bien. Les oí contar atrocidades cometidas por ambos bandos, aunque, al vivir en Madrid, fueron más testigos de las de los milicianos republicanos.

Aparte de las cuestiones políticas, lo que resulta evidente es que la Guerra, por así decir, “dio permiso” a la gente para liberar sus resentimientos y dar rienda suelta a sus odios. No sólo a los de clase, también a los personales. Si bien se mira —o si uno no se engaña—, todo el mundo puede estar resentido por algo, incluso los más privilegiados. Éstos basta con que consideren que se les ha faltado al respeto o no se les ha hecho suficiente justicia en algún aspecto. Las razones de los desfavorecidos pueden ser infinitas, claro está. “Aquel amigo de la infancia de quien se guardaba un buen recuerdo”, explicaba Brum, “escribe en Facebook que ha llegado el momento de confesar cuánto te odiaba en secreto y que te exterminará junto a tu familia de ‘comunistas’. Aquel conocido que siempre has creído que se merecía más éxito y reconocimiento de los que tiene, ahora desparrama la barriga en el sofá y vocifera su odio contra casi todos. Otro, que siempre se ha sentido ofendido por la inteligencia ajena, se siente autorizado a exhibir su ignorancia como si fuera una cualidad”. Y, en efecto, por lo general ignoramos qué se oculta en el corazón de cada conocido o vecino, amigo o familiar. Alguien se puede pasar media vida sonriéndote y mostrándose cordial, y detestarte sin disimulo en cuanto se le brinda la oportunidad o, como he dicho, se le da “licencia”. Al parecer es lo que ha conseguido, en primera instancia, la victoria de Bolsonaro. Vuelvo al texto de Brum: “A las mujeres que visten de rojo, color asociado al partido de Lula, las insultan los conductores al pasar, a los gays los amenazan con darles una paliza, a los negros les avisan de que tienen que volver al barracón, a las madres que dan el pecho las inducen a esconderlo en nombre de la ‘decencia”. Eso en un país que todos creíamos abierto y liberal, casi hedonista, poco o nada racista, tolerante y permisivo.

La lucha por el poder es legítima, tanto como la aspiración a mejorar y progresar, a acabar con las desigualdades feroces y no digamos con la pobreza extrema. Pero se están abriendo paso, en demasiados lugares, políticos que más bien buscan fomentar el resentimiento de cualquier capa de la población. Trump, un oligarca al servicio de sus pares, ha convencido a un amplio sector de personas bastante afortunadas de que los desfavorecidos se están aprovechando de ellas, y les ha inoculado la fobia a los desheredados. Lo mismo hacen Le Pen en Francia y Salvini en Italia (el desprecio por los meridionales es el germen de su partido, Lega Nord). Torra y los suyos abominan de los “españoles” y catalanes impuros, según consta en sus escritos. Otro tanto la CUP. Podemos ha basado su éxito inicial en sus diatribas contra algo tan vago y etéreo como la “casta”, en la cual es susceptible de caer cualquiera que le caiga mal: por clase social, por edad, y desde luego por ser crítico o desenmascarar a ese partido como no de izquierda, sino próximo al de su venerado Perón (dictador cobijado por Franco) y a los de Le Pen y Salvini, elogiado este último por el gran mentor Anguita. El mundo está recorrido por políticos que quieren fomentar y dar rienda suelta al resentimiento subjetivo y personal, el cual anida en todo individuo con motivo o sin él, hasta en los multimillonarios y en las huestes aznaritas de Casado, dedicado a la misma labor pirómana. Las personas civilizadas aprenden a mantenerlo a raya, a relativizarlo, a no cederle el protagonismo, a guardarlo en un rincón. A lo que esos políticos aspiran —y a Bolsonaro le ha servido— es a que el resentimiento se adueñe del escenario y lo invada todo, a darle vía libre y a que cada cual le ajuste cuentas a su vecino. Son políticos incendiarios y fratricidas. A menos que sean también como ellos, no se dejen embaucar ni arrastrar. 


 

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