Todo comienza con la visión de Bernard Mandeville (1670-1733), y su «Fábula de las abejas», conforme a la cual «los vicios privados hacen la prosperidad pública».
Tras él, llegó Adam Smith con el «laissez faire».
Dejemos hacer. Demos recorrido a los “vicios” privados como conformadores de la sociedad.
Como advierte Kropotkin, en el final de sus días, “Desde 1723. Mandeville, el autor anónimo que escandalizó a IngIaterra con su Fábula de las abejas y los comentarios que añadiera, atacó de frente la hipocresía de la sociedad disfrazada con el nombre de moral. Manifestaba cómo las costumbre sedicentes morales no son más que una máscara hipócrita; cómo las pasiones que se las cree dominar con el código de la moral vigente toman, por el contrario, una dirección tanto más perniciosa cuanto mayores son las restricciones de este mismo código”.
Es decir, estamos ante el “sentimiento moral”: Intentando describirlo llevamos muchos siglos. Sobre ello, de nuevo Kropotkin, escribe “Adam Smith ha puesto el dedo sobre el verdadero origen del sentimiento moral. No va a buscarlo en las ideas religiosas o místicas; lo encuentra en el simple sentimiento de simpatía. Veis que un hombre pega a un niño; comprendéis que el niño apaleado sufre; vuestra imaginación hace sentir en vosotros el mal que se le infringe, o bien sus lloros, su compungida carita os lo dice; y, si no sois un cobarde, os arrojáis sobre el hombre que pega al niño, se lo arrancáis a la fuerza.
Este ejemplo por sí solo explica casi todos los sentimientos morales. Cuando más poderosa es vuestra imaginación, mejor podéis comprender lo que siente un ser afligido, y más intenso, más delicado será vuestro sentimiento moral, más compelido os veréis a sustituir a ese otro individuo; con mayor agudeza sentiréis el mal que se le haga, la injuria que le ha sido inferida, la injusticia de la cual ha sido víctima; mayor será vuestra inclinación a impedir el mal, la injuria o la injusticia; más habituado estaréis por las circunstancias, por los que os rodean, o por la intensidad de vuestro propio pensamiento y de vuestra propia imaginación a obrar en el sentido en que el pensamiento y la imaginación os empujan. Cuanto mayor sea en vos ese sentimiento moral, mayor predisposición tendrá para constituirse en hábito” (* NOTA: La referencia de Kropotkin a Adam Smith, lo es, no a su obra «La riqueza de las naciones», sino al primer Adam Smith, el de la «Teoría de los sentimientos morales»).
Así, cuando se pretende llenar el concepto y la realidad del Hombre como mero «ser de naturaleza política», se incurre en un narcisismo «colectivo» que nos lleva a rechazar los Derechos Humanos, los derechos de las minorías (todos, de una u otra manera, somos parte de alguna minoría, no lo olvidemos), en aras de una mejor «sociedad». Pero la sociedad no es sino la suma de los individuos, todos con una misma finalidad: alcanzar deseos o evitar males, tanto monta.
El aspecto Social existe aquí, no obstante. Los individuos humanos somos la colectividad. Y nuestra naturaleza, es biológica, siendo la faceta social un mecanismo de garantía de supervivencia de la especie. La sociedad como soporte -medio- del individuo; frente a la sociedad como fin -«destino en lo universal» se llegó a llamar- en si mismo. ¿Mamíferos o insectos?
La Perfección es un deseo –inalcanzable, por lo demás. Y como tal deseo, es eminentemente subjetiva. La Democracia Perfecta, por tanto, es un concepto contingente, nunca absoluto.
Pero empecemos por acercarnos en su búsqueda. La perfectibilidad (perfección como proceso; dinámico), en cuanto a la Democracia, está en directa dependencia del Principio de Separación de Poderes. Siempre Montesquieu.
Sin perder vigencia tal principio, si evoluciona su comprensión. Actualmente, el reto es recuperar el Poder de hacer Leyes. El Parlamento secuestrado por los poderes fácticos, que ya no vemos como el lugar en que nos autoregulamos (nunca lo fue; ahora se ve con claridad el proceso antecedente al “hoy”). No nos autoregulamos. Nos regulan. Y no en nuestro beneficio, sino en el de los “señoritos” de ayer y hoy.
La Ley no es expresión de la Libertad individual, sino expresión de la jaula de cristal en que la hemos encerrado. Las Leyes aprobadas por este remedo institucional son despreciadas por la inmensa mayoría. Pero nada podemos hacer al respecto en la situación de falta de Libertades, de destrucción de la educación y de la misma comprensión lectora, de inanidad, de desesperanza, en que nos encontramos. La Ley es rechazada por la mayoría. Esa es la situación que comenzamos a percibir con claridad.
Entonces, el reto es recuperar el poder de hacer leyes por parte de la mayoría. Recuperar el Poder Legislativo. Y en eso estamos.
Una posibilidad –por la que me decanto rotundamente- es un sistema en red por el que los individuos sean los que decidan –por mayoría- las leyes que han de ser promulgadas.
Aquí entra una concepción “postmodernista”, que asumo: La ideología, como la religión o la ética (dejemos al margen ahora la moral), son asuntos del individuo. Que habrán de regir sus decisiones y actos, desde su interior.
Con ello nos acercaremos a una “nueva sociedad”, que no sólo a una “nueva política”. Asumiendo como decisión propia las decisiones de la mayoría –no representada, sino presente directamente en la toma de decisión–, sin renunciar a sus propias convicciones, que le pertenecen al individuo, y que son objeto de la Libertad de Expresión.
Acepto como propia la voluntad de una mayoría, de la que discrepo.
Desde esa recuperación del poder de dotarnos de leyes, podremos encauzar la actuación de los otros dos poderes clásicos, el Poder de Ejecutar las Leyes, y el Poder de aplicarlas al caso concreto (poder Ejecutivo y Poder Judicial).
Es un proceso. Y está en marcha. ¿Para bien? Depende de nosotros, de nuestra implicación en el proceso, de la asunción de la necesidad de aprender, y sobre todo, de extraer de nosotros lo que es “más” común. Que es mucho.
Evitar las divisiones, encontrándonos unos a otros, conforme a nuestra naturaleza solidaria (por altruismo o por egoísmo, no es la cuestión; lo siento por los Bentham y compañía) es el único remedio para que el proceso de “perfección” de la Democracia sea verdaderamente tal. Y para ello hemos de esforzarnos. Esforzarnos en aprender con la mirada limpia, esforzarnos por compartir. Esforzarnos, en suma, por perder el miedo a la Libertad, que deseamos y tememos. Deseamos conforme a nuestra naturaleza; tememos conforme a la naturaleza del poder de imponernos lo que nos es extraño.
Porque al final, todo el tinglado del poder se sostiene mediante la Organización de la violencia estatal. O lo que es lo mismo, mediante nuestros impuestos, gracias a nuestro trabajo.